lunes, 17 de octubre de 2011

Democracia desde el Sur, Democracia para el Sur


Se trata en este espacio de hilar un razonamiento con el objetivo de analizar algunos cambios democráticos que están teniendo lugar en América Latina en los últimos años desde la perspectiva filosófica propuesta a continuación.

Así, partiremos de la propuesta liberal por antonomasia en el pensamiento político moderno de John Rawls que se fue conformando paralelamente al pensamiento de Habermars llegando a establecerse los dos como el binomio básico que dibuja el espectro del modelo democrático deliberativo.

Rawls ha construido su pensamiento siempre abierto a la crítica e introduciendo los diversos puntos de vista que se le enfrontan dentro de su compendio teórico. Así, no podremos comprender el liberalismo político sin remitirnos a su contexto dialéctico con el comunitarismo y sus diversos frentes de representación.

De esta forma iremos abriendo el objetivo de nuestra lente planteando críticas al modelo liberal deliberativo llegando incluso a plantear autores que abogan por la necesidad de superar este debate sujeto al escenario teórico moderno occidental y adentrarnos en enfoques propios de las realidades político-sociales que nos invita a analizar este texto.

La primera versión de la propuesta de John Rawls plasmada en su teoría de la justicia presenta al pensador como un renovador de la tradición contractualista de la sociedad que siente la necesidad de dibujar un nuevo compendio que legitime y haga recobrar de nuevo la vitalidad a la propuesta moderna de la democracia liberal. Su teoría de la justicia está conformada por elementos vitales que servirán de guía para el desarrollo de la misma.

La “posición original” nos recuerda a ese “estado de naturaleza” imaginado como condición de partida por los contractualistas. En este caso, este origen debe garantizar la absoluta neutralidad, que tanto eco Kantiano alberga en su seno, a la hora de hora de preguntarse sobre lo justo. El siguiente elemento vital en la teoría de la justicia es “el velo de la ignorancia”, condición necesaria para que la justicia como equidad. Ahora bien este constructo ficticio se presentará como la pieza clave para una fuerte línea de crítica para que pensador sea tachado de irreal y de obviar las condiciones materiales de vida. Por último podemos presentar la clasificación de bienes como primarios y secundarios como línea de base para establecer lo político y lo prepolítico.

Ahora bien, esta conformación de la teoría de la justicia que Rawls formuló en sus inicios fue duramente criticada por los comunitaristas que vieron en esta formulación una defensa a ultranza del individualismo asocial y del subjetivismo moral. Para llegar a dibujar el modelo propuesto por el filósofo primero presentaremos cuales fueron las principales líneas de ataque que el autor tuvo que recoger para reformar su propuesta y dar a luz al todavía vitalísimo “liberalismo político”.

Charles Taylor plantea una crítica de fondo en la que acusa al autor de hacer primar las teorías de la justicia sobre las del bien. Michael Sandel critica el modelo de persona que se esconde detrás de la propuesta de Rawls al defender que no tiene fines ni objetivos. Aquí se muestra la raíz realmente comunitarista al plantear que estos fines han sido dados a la persona por su comunidad y son esos fines de los que el liberalismo quiere prescindir con su ansiada neutralidad. Así, para Sandel, la propuesta de Rawls adolece de individualismo asocial y subjetivismo moral. Por otro lado Walzer no acepta el modelo redistributivo que Rawls plantea tras su excesivo reduccionismo en su clasificación de bienes.

Son críticas que el autor recoge y reintroduce a su teoría para renovarla y dar a la luz su “liberalismo político”. Un modelo claramente procedimental desde el punto de vista ético. Se trata ahora de un salto cualitativo en la propuesta de Rawls al poner en el “consenso entrecruzado” y en la “razón pública” el punto de enfoque de su modelo. Así se trata de separar la visión doctrinaria u omnicomprensiva de la política, de manera que mediante la asimilación de las diferentes concepciones del bien podamos hacer uso de una verdadera razón pública que garantice la gobernabilidad democrática.

La razón pública, que parece levantarse como alternativa a la razón comunicativa de Habermars, se presenta como la necesidad de reconocer previamente a la acción política la pluralidad de visiones acerca del bien. Desde este punto de partida, donde lo prepolítico se soluciona como por arte de magia debido al entrecruzamiento de visiones omnicomprensivas, desde el que se puede plantear una propuesta democrática estable y respetuosa con el ciudadano, que dicho sea de paso es uno e igual en libertad a todos los demás (base del liberalismo). Ciudadano cuyo único papel dentro de esta racionalidad es tan solo ejercer de controlador de que la institucionalidad jurídica garantice esta pluralidad .

Se trata de ir conformando una cultura política donde el conflicto entre visiones del bien se sustituya por la necesidad de convivir en paz. Al final, se trata de que la competencia prime sobre la regulación, solo que en términos políticos, la propiedad no existe para esta visión que no ve en la dominación ni en las relaciones de poder algo más que algo prepolítico.

En general, el comunitarismo, corriente más que heterogénea y que es asimilada como propia por pocos de los autores englobados en la misma, mantiene un punto vital en común y es la necesidad de retomar el aspecto social de la formación del ser humano. Vienen a plantear que el individuo solo lo es la medida que interactúa con su comunidad, por lo que su conformación como ciudadano debe estar en función de estos orígenes, por lo que cualquier propuesta teórica que aísle al ser humano en la cápsula de individuo libre, sin mención a su entorno social, esta basándose en una irrealidad que es consecuencia de la primacía del individualismo propio de modernismo y su proyecto liberal. Por eso se retoman corrientes medievales o clásicas para volver a poder al ciudadano en la comunidad. Esta corriente en algunos de sus representantes, como veremos más delante de manos de MacIntre, plantea el retorno a Aristóteles y la superación del debate con el liberalismo con la consecuente superación del modelo moderno. Abriendo las puertas de frente a la construcción política postmoderna.

Ahora bien, el diálogo entre liberalismo y comunitarismo sigue vivo y las críticas al modelo de Rawls no carecen de fundamento. Resulta profundo y enriquecedor analizar al liberalismo político desde la óptica del poder y sus relaciones de conflicto.

Varios comunitaristas han centrado la crítica a Rawls en lo que han venido a llamar el “síndrome de Platón” que no es otra cosa que la no aceptación de la realidad política por su desagrado frente a la imperfección moral de las relaciones de poder entre los hombres. Esta visión que exhorta al liberalismo político a abrir los ojos al conflicto viene dejando tinta de manos de autores como Mouffe, Rodríguez y Sachettino.

El conflicto no existe o es ocultado en el liberalismo político, en nombre del neutralismo objetivo se obvian relaciones de poder y de dominación que están íntimamente ligadas a lo que el autor se ha empecinando en esconder en lo prepolítico. Por lo tanto su propuesta procedimental se olvida de un elemento más que necesario en cualquier proceso democrático, el conflicto . Conste en este aspecto que la única manera de hacer una democracia inclusiva y realmente participativa es visibilizar el conflicto. El liberalismo clásico y el neoliberalismo actual han mostrado su marcado carácter excluyente y si el conflicto entre visiones de fondo no es tomado con la importancia política que tiene, no nos arriesgamos mucho al afirmar que la justicia del sistema propuesto no es para todos.

Aquí hay una conexión que nos vuelve a llevar al estandarte paralelo de pensamiento moderno de Rawls. Habermars criticó duramente que lo que en un principio debiera ser una teoría de justicia acabo convirtiéndose en un legitimador del status quo donde las injusticias son ignoradas en nombre lo político. Nada garantiza que esa supuesta imparcialidad pensada por Rawls como condición para su proyecto democrático sea posible. Ahora bien, valga la pena decir que la propuesta de Habermars no va mucho más allá. Reconoce el conflicto dentro de su racionalidad comunicativa, pero su propuesta de acción no deja de quedarse en la deliberación.

En este aspecto, parece ser que Rawls y Habermars tienen mucho más en común de lo que a primera instancia parece. En primer lugar ambos plantean una propuesta procedimental donde el bien como tal es supeditado a los justo o a lo práctico . Queda claro pues que cualquier requerimiento de carácter normativo tiene su razón de ser a ambos autores. Si bien la propuesta procedimental de Habermars da más peso a la praxis política, Rawls da más importancia a la institucionalidad y su peso en la vida política, lo que presenta una curiosa complementariedad entre ambos autores . La relación entre razón pública y razón comunicativa quizás tenga su origen en el republicanismo clásico, entendido cada uno a su manera. Ambos autores ven en lo público el campo prioritario para la política, lo que no les hace dejar de ver al ciudadano como individuo, sin ser constitutivo en su persona la pertenencia a una comunidad.

Llegados a este punto y con la necesidad de pincelar algunos análisis políticos de la realidad actual de América Latina no podemos dejar de recoger al ya nombrado MacIntre, otro “reconocido” comunitarista que retoma la tradición aristotélica para críticar al liberalismo al no otorgar al ciudadano el completo carácter político de su “naturaleza humana”. Se trata aquí de abrir la mente y volver de nuevo a la revisión de los clásicos de la mal llamada tradición occidental para ver que el modernismo nos ha llevado por un camino donde el individuo es el centro de la cosmovisión hegemónica.

Retomando los orígenes premodernos o construyendo propuestas postmodernas, se trata de contextualizar y no sobredimensionar el debate liberalismo-comunitarismo . Se trata de acercar el pensamiento filosófico a su realidad política y no de acoplar realidades políticas a pensamientos filosóficos que imperan en el circuito dominante.

En este sentido, dos referentes que pueden aportar a esto de la justicia social y que no podemos dejar de estudiar. Uno desde la óptica de la reflexión filosófica con gran carga materialista como es Enrique Dussel y otro desde la óptica de la epistemología del sur y la refundación de la institucionalidad como es Boaventura da Soussa.

Dos perspectivas que creo aportan a la hora de pensar la democracia en nuestros países ya que su punto de partida es más realista. No es que Rawls y Habermars no valgan aquí, es que darle validez y peso a estas corrientes en nuestros países refuerza la visión de que las democracias occidentales son el modelo a seguir, y esto necesariamente conlleva todo un entramado institucional y económico adjunto si nos fijamos en la historia reciente.

Sin irme muy lejos, en República Dominicana ambos paradigmas de racionalidad tienen mucho sentido desde el punto de vista teórico. Pensando en Rawls, aquí hay un gran camino que recorrer a la hora de pluralizar las ideas del bien, que parecen en manos exclusivas de la iglesia, el blanco y el FMI. Pensado en Habermars, el trabajo es máximo en un país donde para realizar una concentración ciudadana en la calle tienes que solicitar autorización al ministerio de policía si no quieres ser víctima de la represión estatal. Desde ambas ópticas la democracia en República Dominicana es de una calidad pésima, pero resulta que, de igual manera, ambas visiones deliberativas de la democracia sirven igual para el poder dominante del país a la hora de legitimar la violencia estructural que vive el país.

En nombre de la institucionalidad y de la justicia, (Rawlsiana) el día 15 de Octubre se desalojó a más de 50 familias de sus hogares, con orden judicial en mano, bajo supervisión y militar. Durante el proceso activistas y defensores de los excluidos fueron tiroteados llegando incluso a herir a un diputado del congreso nacional alineado con los pobres.

En nombre de la deliberación democrática, (habermarsiana) se abren espacios en medios de comunicación para que discursos altamente elaborados y con gran análisis por detrás , sobre por ejemplo la necesidad de aumentar la inversión en educación, debatan con la más insultante demagogia de políticos que apenas saben leer.

Llamemos a las cosas por su nombre, en Europa donde el capitalismo suavizado por la socialdemocracia ha permitido la floración de una masiva clase media y de un estado del bienestar, las tesis de Rawls y de Habermars pueden inspirar acción política con capacidad real de cambio, pero en América Latina donde la pobreza y la exclusión son la base social principal y la ciudadanía todavía lleva siglos construyéndose, tienen más sentido otros discursos a veces tildados de populistas ( en el mejor de los casos ).

Resulta curioso que donde más fuerte se presentan estas corrientes “occidentales” de pensar la democracia, más polarizado está el espectro ideológico, más radicalizada la participación política y más viva la mafia y el narcotráfico. Celebremos la corriente de cambios que va recorriendo América Latina, corriente con variantes y referentes bien claramente posicionados. Brasil para la socialdemocracia y Venezuela para el socialismo. Celebremos la revitalización de la izquierda en América Latina.

Pensemos a liberales y comunitaristas, pero siempre con la visión de que una epistemología del sur lleva mucho tiempo por aquí y que nuevos modelos estatales están comenzando a jugar con ella, frente y desde el poder.






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